domingo, 16 de octubre de 2016

Hueso Seco Capitulo III Parte 2.


 “La mano de Jehová vino sobre mí y me llevó en el Espíritu de Jehová, y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos…”
Ezequiel 37.

Era once de marzo, el día de Okknor, según la tradición del culto a Okknor se festeja el glorioso día en que Okknor derrotó a su hermano Kumatz, paró el diluvió universal y comenzó la unión entre los humanos y las serpientes de Okk. Como cada año la iglesia de los hijos de Okk, representantes de la rama relajada de la religión, organizaron una gran fiesta; que incluía un desfile con danzas y  carros alegóricos, luego  una pelea con agua, al final el evento se clausura con cantos en idioma ceremonial.  A este evento se invita a toda la comunidad, sin importar si son parte de la iglesia o no, los Hijos de Okk profesan que todos pueden ser como ellos, a diferencia de los grupos más severos que exigen el linaje como requisito indispensable para afiliarse.

En general todo iba muy bien, el desfile mejoraba sus coreografías y sus carros cada año. Las donaciones para la fiesta no provenían solo de los miembros de la iglesia, los Hijos de Okk ya tenían cierto prestigio como organización caritativa. La pelea de globos tuvo éxito, participaron varias familias fuera de la iglesia. Participando en esta pelea o dejando que sus hijos participaran, era la manera como las familias, sobre todo las señoras, demostraban que no eran racistas, aunque en el fondo lo fueran.

Fue al final, a la hora de los cánticos cuando ocurrió una de las peores tragedias de toda la historia de la ciudad. Mientras los Hijos de Okk cantaban en su extraña, y algo escalofriante lengua, el cielo se oscureció; no se nubló ni bajó el sol, simplemente la luz se debilitó; luego aparecieron unas luces danzantes, bolas de luz que giraban y se hacían espirales incandescentes. Algunas personas aplaudieron, otros se asustaron un poco, los Hijos de Okk callaron y entonces las luces arremetieron contra la multitud; Si la luz tocaba a alguien, éste caía muerto, no había dolor; las luces simplemente les arrebataban la vida. Las luces avanzaban entre la gente dibujando ondas. Los que se quedaban a petrificarse de estupor o a intentar ayudar, también se quedaban a morir, porque las luces seguían su camino de muerte; veloces y despiadadas. Los que sobrevivieron abandonaron a sus muertos, abandonaron a sus vivos, volaron con alas de gallina.

Algunos sobrevivientes recuerdan que cuando la gente empezó a morir, el Sacerdote comenzó a gritar, gritaba “ Ahsaaa”, lo gritó varias veces, tanto que se repitió en las pesadillas de algunos; no sabían que significado tenía esa palabra, pero por lo que siguió pasando lo inferían- “Mueran, quizá”
Las luces volvieron al cielo y desaparecieron. La luz del día regresó. En total murieron 86 personas.

--Libertad--.

Llegó el día fijado para la liberación de Russek. Pinkeston organizó una fiesta para él, la había empezado a organizar en cuanto el juez dio la fecha.  Ese fue el motivo real de que no cancelara la fiesta aun después de la tragedia ocurrida, resulta que la fiesta se daría solo tres días después. Pinkeston sabía que cualquier fiesta ahora se reduciría a funeral, aun así, siguió adelante. Decía “Lo que menos necesitamos ahora es quedarnos llorando en casa”. La verdad es que era muy obsesivo como para cancelar cualquier cosa a última hora, tenía esa obsesión compulsiva que los ingleses llaman “be strict”.

--¿Qué haré ahora con mi libertad?.. ¿Qué he hecho hasta ahora con mi libertad?—

Ángel, después llevar sus pertenencias de vuelta a casa, fue a ver a Gustavo Perla. Entró a su oficina en la casa de enlace del partido, Gustavo se sorprendió.

--Hombre, ¡Qué gusto verte!—Saludó Gustavo. Russek no respondió, intentó fingir pero no pudo; se quedó viéndolo acusatoriamente. El Licenciado se puso más nervioso.

--¡Qué bien que ya te dejaron ir!.. ¿Cómo estás?

--Estoy… Libre- Suspiró lento antes de responder.

“¿Vienes a acusarme? Hazlo ya”—Pensó el Lic. Perla, pero dijo:

--Ja, sí, bien—Y se limpiaba los bigote y la barba, como un reflejo de nervios.—Russek, ¿Tú sabes lo que se dice de mí, verdad? Que yo te hice esto.

De nuevo los ojos de Russek hablaron por él. Perla movía la cabeza en negación.

--No, no, no; yo no te hice eso Russek. ¿Tú lo sabes, verdad?

--No, yo no sé quién me lo hiso. ¿Tú sabes algo?

--No, yo también quiero saber.

--Entonces algo habrás investigado ¿no?

--Pues, no mucho. Le he estado dando vueltas en la cabeza. Y no lo sé. Todos creen que es una maraña, un complot contra la propuesta Firmes, que se trata de que tú te retractes de lo que dijiste en la tele, y te conviertas en un símbolo de los derechos de los paranormales. —Dijo Perla, más suelto.

--¿Y tú qué crees?—

--No sé, Russek. Es que tiene sentido en teoría, pero… no eres visto así; o sea las cosas no les están saliendo bien, si ese era el plan. ¿Verdad? Lo único que ha logrado esto es levantar sospechas sobre nuestro partido y sobre mí, no ha afectado la Propuesta ni nada; y a mí me investigan.

--¿Quién? ¿Quién te investigó?

--Asuntos Paranormales. Sí, ellos seguro van a querer hablar contigo ¿no lo han hecho?

--No.

--Espérame—Gustavo buscó en el cajón de su escritorio un papelito con un número escrito, y se lo da a Russek.—Ellos están investigando tu caso, de seguro saben más. Háblales.

Russek salió de ahí algo decepcionado de sí mismo por haberle creído a Perla. Tenía la expectativa de que lo descubrirlo, humillarlo, gritarle, ya no de matarlo, pero sí de ver que lo metieran a la cárcel. Pero le creyó, en el fondo ya no sospechaba de él, aunque quería hacerlo.

Fue a su casa a comer, llamar a CPASP y preparase para la fiesta.

En el camino, por un boulevard rápido había tirado un bulto desecho, quizá un montón de basura o un animal muerto que los coches esparcían más cada vez que pasaban. Después de que Russek lo pasó, el tránsito se alentó, lo que le dio la oportunidad de mirar lo que era el bulto por el retrovisor. Alcanzó a ver una mano, así supo qué era esa cosa. Quizá era el primero en notar qué era, o quizá no, lo cierto es que nadie se detenía. Y Russek pensó:

“¡Ese es el problema con éste lugar! Hasta hace poco era un pueblito, un ranchito capital de una ranchería; pero en los últimos años ha tenido un gran crecimiento. Mis padres y su generación pudieron ver ese proceso, cómo se abría la flor del urbanismo frente a sus ojos. De pronto ya somos una ciudad industrial en crecimiento. El cambio de pueblecillo a ciudad ni siquiera está completo, pero de mi generación en adelante ya nacimos cosmopolitas. Si esto fuera el pueblo de mis padres alguien ya se habría fijado y el cadáver no estaría tan esparcido, alguien detendría el tránsito y rezarían por su alma. Pero mi generación y más jóvenes ni lo ven, y si lo ven dicen: seguro se mató por pendejo, se atravesó sin fijarse; luego se van antes de que paren el tránsito, como si tuvieran algo importante que hacer. Todo ese luto por lo del holocausto, esa supuesta solidaridad es puro miedo e hipocresía colectiva.”

De tras venían unas patrullas de policía a ver el atropellamiento, desde luego pararon el tránsito para poder hacer las averiguaciones y luego levantar lo que fuera posible del cadáver, Russek libró esas molestias. Luego se preguntó cómo pudo haber muerto aquel hombre, mujer o niño; y la respuesta se le hizo fácil—seguramente por pendejo--.



 




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