La pesadilla que Adriana tuvo fue descomunal, no fue su
recurrente pesadilla de la infancia, la de la payasa, pero fue igual de
aterradora, quizá más.
Primero tuvo sueños singulares, extrañísimos; fue como si
pasaran una película en su mente. Era una caricatura sin audio, los personajes
eran aparentemente inofensivos, eran algo así como animales. Adriana sabía que
aquellas tiernas criaturillas eran malvadas, aunque no hicieron nada ofensivo,
nada malo. En el sueño ella solo podía ser espectadora, no podía interferir,
solo podía ver esa película con trama y personajes tan ajenos a ella que no
podía creer que fueran producto de su subconsciente. Ese primer sueño terminó
con ruidos horribles, como un acetato rallado tocado a alta velocidad, con esto
inició la siguiente fase: Parecía que estaba despierta, estaba en su cuarto,
acostada en su cama, pero sola, sin su joven esposo, sola a un nivel espiritual.
No podía moverse, hacía el intento, apenas podía mover los ojos para ver partes
de la habitación, Todo parecía estar en su lugar. La principal diferencia era
la asquerosa iluminación rojiza, menguada e incómoda. Miró hacia la ventana,
estaba abierta. Todo estaba tan oscuro, el cielo estaba negrísimo, pavoroso; no
había ni estrellas, ni luna, ni brillo de ningún tipo en el cielo. Por la
ventana la vista era en gran parte ese cielo, esa nada, recortada por las casas
de enfrente a media luz que no confortaban nada ante el vacío. La ventana
abierta atemorizaba a Adriana, le daba la impresión de que inminentemente el
mal entraría. El mal, tan simple como eso, algún ente maligno pero sin
personalidad, ni intelecto, ni forma, simplemente “El mal”. Un hombre se acercó
a ella, se sentó en la cama y volteó a verla, “ya viene, nuestra era viene”,
luego volteó a la ventana, Ella también. Por la ventana veía rostros, parecían
reflejos, eran muchos. Adriana no reconoció ninguno, así que se preguntaba
¿cómo su mente pudo crear tantas facciones? Adriana no les temió a los rostros,
les tuvo lástima porque se notaba que sufrían.
Luego se vio transportada a aquella horrible quebrada de
Puerto Iscariote; el mar estaba picado y el cielo igual de negro que en el
anterior sueño. Quiso gritar y lo intentó, quiso despertar. Cuando por fin
despertó se aferró a su esposo, se pegó a él y lloró; él la reconfortó aunque
no sabía que pasaba.
Adriana se puso a pensar en lo que pasaba en Puerto
Iscariote y en la reciente matanza de
Hueso Seco y en aquella maldita profecía, “El hijo de Okk”. En la mañana dentro
de ella brotó una determinación a hacer algo, todo lo que estuviera en sus
manos. No podía explicar esa decisión, no sabía por qué debería tomarse un gran
asunto general como algo personal, solo sabía que tenía que hacerlo y que lo
iba a hacer; y se sentía bien el pensarlo. Era de ese tipo de decisiones de las
que uno está seguro porque en realidad uno no tomó la decisión, llega como
inspirada, como impuesta por el universo, el Brahma, los Dioses o en lo que se
quiera creer; y por más que lesione el orgullo el saber que realmente no fue
una decisión, cuando se sigue se encuentra felicidad. Adrina no sabía que era
lo que iba a hacer, solo sabía que lo iba a hacer y que el siguiente paso era
comentárselo a su amigo Ángel Russek.
-¿Son tus medicinas?- Le preguntó Adriana cuando vio que
Russek se tomaba unas pastillas.
huesos.
-Ángel. He estado pensando que debemos hacer algo, con lo
que pasa, todo está muy raro y todo parece estar conectado; lo que te pasó a
ti, lo de la masacre, y lo de Puerto Iscariote. Sí, por cierto, quiero
preguntarte algo sobre eso de Puerto Iscariote.
-¿Qué?
-En Puerto Iscariote, no sé si sepas, pero se han estado
robando cada vez más niños para sacrificarlos a las serpientes, y las niñas
“normales” están teniendo sexo con estos anfibios, ya sabes de cuales, los que
parecen más reptiles que hombres. Esto me preocupa, en algún lugar creo haber
visto algo sobre una profecía que se parece mucho a esto. Tú sabes más sobre
los mitos. ¿Sabes algo sobre eso?
-Bueno, primero me gusta tu vestido, y mmm, bueno, sí hay
una.- Soltó una risilla de que le parecía ridículo, pero como Adriana se mostró
interesada, continuó.- La profecía dice que vendrá un príncipe de la raza de
Okk a gobernar a los humanos. Hijo de una mujer y una serpiente de Okk, la
mujer tendría que ser una especie de “elegida”, o algo así… ¡Ah! Y tenía que
ser totalmente humana. Estamos hablando de una cruza de una mujer con una de
esas serpientes enormes, no un anfibio.
-¿Luego que pasa?.. , Gracias, Cuando nazca el príncipe.
-La era de Okk… No, primero un periodo de transición, una
época de guerra, de resistencia, luego “La Gloriosa Era de Okk”.
Adriana se quedó pensativa, recordaba a aquella chica
lunática de Puerto Iscariote.
-Empiezo a creer que eso está pasando ahora, no sé, como sea
yo quisiera hacer algo Russek, pero no sé qué, ¿Qué podemos hacer?
-Mm, bueno, nadie lo sabe, yo tengo la misma espinita
Adriana. Los hijos de Okk no son extremistas, y sí lo son eligieron el momento
más estúpido para atacar, ¿vez? Ahora la ley Firmes está prácticamente aprobada
y todos ellos van a ser encarcelados, y todos los anfibios practicantes o no
del culto a Okk serán perseguidos, no tiene sentido.
-Sí, creo que mientras no sepamos qué pasa no podremos hacer
nada. Tenemos que averiguar más.
-¿Más investigación?
-Sí, hay que llegar al fondo de esto.
-¿Se te ocurre algo así como un libro o un artículo?
-Sí, no lo había pensado, pero sí, y ya tenemos una parte
hecha ¿no? Con la investigación que hicimos.
Adriana sonreía por la alegría de que su iniciativa tomaba
forma y hasta se mostraba ya iniciada.
-¿Sabes qué? Tu vestido no me gusta, es verde moco. Tus
piernas es lo que me gusta.
-ah, gracias, creo. Creo que es café.
-Como sea. Nunca dejas ver tus piernas, son tan… morenas y
sexis, me gustan.
-¡Russek! --La situación se hizo un poco incómoda. Adriana
aun sonreía intentando atenuar la incomodidad del momento.
-Me gustaría coger contigo, como amigos.
La sonrisa se fue –Sabes que soy casada—Respondió sin verlo
a los ojos.
-Sí, sí, solo decía. Yo no tengo nada contra tu esposo, debe
ser un gran tipo, yo no esperaría menos de tu elección. No quiero apartarte de él,
ni fugarme contigo, ni nada; solo estoy hablando de la parte física, ya sabes.
Mira, no quiero incomodarte, no te lo tomes como acoso, es solo un comentario,
una propuesta amistosa que puedes considerar…
-¡No!
-Ok, bien. Ya no insistiré, ni habar.
-¡Bien! No lo menciones, nunca pasó, que lo hallas dicho.-
Adriana estaba roja como jitomate. “debería ser él el avergonzado” pensaba,
pero “el carbón de Russek” estaba fresco, relajado y enérgico; de hecho Adriana
nunca lo había visto así, simpre ha sido relajado, pero ahora su actitud tenía algo diferente. Russek no solo se atrevía a verla a los ojos, sino
que solo dejaba de hacerlo para mirar sus piernas.
Por suerte las circunstancias incomodas fueron cortadas por
Pinkeston, que se acercó para llamar Russek.
-Vamos Russek, ya es hora.
-Ok, sí,--Luego se dirigió a su amiga—Me tendrás que disculpar,
voy a hacer un show de magia, y de lo que dijimos estamos totalmente de acuerdo
¿verdad?
-¡¿De qué?!
-Nuestro proyecto.
-¡Ah! Sí, claro.
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