Conversación telefónica entre Ángel Russek y Miguel Lomelí.
L--¡Bueno!
R--¿Miguel?
L—¡Sí¡ ¿Quién es? ¿Ángel?
R—¡Sí!—Russek está algo tenso, camina con el teléfono en la
mano.
L—Supe que eres libre ahora. ¿Cómo estás?
R—Miguel dime que sabes.—No quería ser tan directo, pero no
se pudo contener.
L—Pues, no mucho. Perdón, estamos investigando.
R— Sí, claro—Respiró hondo para responder serenamente.
L— Hemos querido contactarnos contigo para que nos des tu
versión, tu declaración. ¿Puedes venir a declarar mañana?
R—Quiero ayudar.
L—Bueno, entonces ven mañana, nos das tu declaración y
platicamos…
R--¡No!—interrumpe—Lo que digo es que quiero ayudar a
agarrar a quien me hizo esto, ir con ustedes y todo.
L--¡Ha! Bueno pues—hecha una risita—De hecho yo estaba
pensando en eso. Pero si quieres involucrarte Russek, es cosa seria he, sería
entrar de lleno.
R— Sí, ok.
L—Mira Russek, el Dr Pinkeston nos dijo más o menos los
avances que tuvieron contigo, que ahora tienes control sobre ti transformado; y
eso puede servir, puede ser usado.
Russek se queda pensativo y no responde.
L—Mira, ven mañana y lo hablamos ¿Sale?
Russek asiente con la cabeza y cuelga el teléfono,
indiferente de que Miguel no puede ver el gesto. Luego terminó de vestirse y se
fue a casa de Pinkeston.
Notas sin editar de Saúl
Wenceslao para un artículo para el periódico escolar de la UHS (Universidad de
Hueso Seco).
Llegamos a la casa del doctor Pinkeston. Es buena idea hacer
esto aquí y no en el campus, es muy cómodo; el doctor es un buen anfitrión, muy
natural, muy cómodo, seguro. Estuvo hablando conmigo un poco, diciendo que me
ve talento, que llegaré lejos. Trató de que nos sintiéramos cómodos, nos
ofreció canapés y vino. El vino más barato que pudo conseguir.
Solo a los de último grado de ocultismo se les invitó, y a
los profesores, claro. Yo estoy aquí solo porque me tocó cubrir la noticia,
pero es un mal chiste, le pedí al Doctor los reportes de la investigación, o
notas de los experimentos o algo. Pinkeston, obviamente, está emocionado por
esta investigación, pero no suelta nada de documentos, ni dice nada específico.
Así que mi artículo será de sociales, sin la verdadera información del asunto
no se puede más. Así no voy a llegar lejos como periodista, aunque eso no me
interesa.
Llegó el Ing. Bruno Galen. Fue de los invitados no
universitarios que llegaron temprano. Parece ser el único que puede poner
nervioso al Doctor Pinkeston, parece que lo respeta mucho, Pinkeston a Galen.
El ingeniero camina muy derecho, tiene un porte soberbio, como majestuoso, sí
inspira respeto.
Cuando se nos acercó Pinkeston nos presentó, le dijo que yo
era un chico con talento, el ingeniero no se interesó en mí.
Se llevó a Pinkeston a fumar cerca de una ventana. El
ingeniero se veía preocupado y al parecer puso nervioso a Pinkeston. Me dieron
la impresión de ser padre e hijo; el padre el Ingeniero Galen y el hijo el
doctor Pinkeston, un hijo que no consigue que papá esté orgulloso de él. Parce
que el ingeniero cortó la plática de pronto, como si tocaran temas que no
pudieran hablar aquí.
Llegó el señor Ángel Russek, el sujeto de la investigación.
Estuvo entre la gente un rato, ni siquiera lo entrevisté, no le vi sentido,
seguro sabe tan poco de su caso como yo, como todos. Después cuando anocheció
Russek se transformó, cómo ya se había adelantado, fue un espectáculo grotesco,
de mal gusto, como de esos circos antiguos que exhibían deformes, y el doctor
Pinkeston era el cirquero que grita “vengan a ver al sensacional hombre zombi”
o algo así. Luego le puso una inyección que lo volvió humano de nuevo; explicó
que eran dos fórmulas: Una que le daba control de sí mismo en su fase
metamorfosea y otra, la que le acababa de inyectar, que evitaba que se
transformara si se administraba antes o lo devolvía a la normalidad si se
administraba después.
Cuando una periodista de verdad le pregunto de qué estaban
hechas fórmulas, el doctor dijo que las sustancias eran resultado del balance
entre química moderna y hechicería, luego no dijo más y no contestó más
preguntas.
La maestra Beatriz murió en el atentado. Era maestra de
primaria en la escuela donde asistía Lorena, de siete años, la hija mayor de Adriana
Lara.
La maestra Beatriz o Bety o Betina tenía 46 años de edad,
seguía viviendo con su madre, su primer novio lo tuvo a los 20 años, su primera
experiencia sexual a los 27, y no tuvo mucho de ninguna de esas dos cosas a lo
largo de toda su vida. Conoció al amor de su vida, a su alma gemela, a los 34,
solo fueron novios dos años, hasta que el murió en un accidente automovilístico
por conducir apresuradamente, iba camino a verla, tenía prisa porque ella no
salía a recibirlo cuando llegaba tarde, esto por un tipo de código de orgullo, ¿Quién
sabe?, lo cierto es que los dos se amaban.
Beatriz se culpó y culpó a Dios también, elevó su amor a un romanticismo
que la convertiría en una amante perpetua, una gótica real, una viuda que nunca
estuvo casada, una ermitaña y finalmente en una maestra amargada e infeliz.
Cuando estuvo lista buscó ayuda, empezó a aceptar los consejos y la compañía de
las personas que querían brindárselos, y encontró la solución a su amargura en
la filosofía New Age. A fin de cuentas es un pensamiento tan criticable como
las religiones a las que critica; también tiene fallas de lógica, también se
basa en cosas incomprobables; pero, a diferencia de las religiones, o de las
otras religiones, no condena al fuego eterno del infierno y no ve a Dios como
un sujeto con personalidad que te ama, pero quiere que te avergüences y arrepientas
de los instintos que él mismo te dio; en
suma, la gran diferencia es que puede hacer accesible la felicidad.
A Beatriz le sirvió eso, alcanzó la paz, se hizo más
sociable y con el tiempo aceptó la felicidad y el “Amor- conciencia”. También
se hizo mejor maestra porque intentaba inculcar este modo de ver las cosas a
sus alumnos, a los más maduros (alumnos de secundaria y últimos grados de
primaria) les explicaba la teoría del quantum, el Ho’ponopono. Con los más jóvenes
intentaba no explicar nada y solo irradiar amor y energía con las vibraciones adecuadas.
Aparentemente esto funcionaba porque los niños se encariñaban con ella e inversamente.
Algunos dirían que fue una vida patética, pero los que la
conocieron bien sabían que murió siendo feliz.
La pequeña Lorena se había encariñado con su maestra, como
muchos de su grupo, y ahora estaba pasando por su primera experiencia con la
muerte de un ser querido. Su abuelo paterno había muerto pero ella apenas lo
recordaba, con su maestra sí estaba pasando por un verdadero duelo,
comprendiendo que no volvería a ver a Betina, que alguien que estaba y era ya
no sería ni estaría nunca más. Aunque Lorena ya empezaba a creer en la
reencarnación, y eso le daba algo de esperanza en el fondo.
Los padres de Lorena, naturalmente, la acompañaban en este
proceso; la llevaban a la casa de su maestra a rezar, a pesar de sus creencias
el funeral fue católico y se rezaron los tradicionales novenarios, ni su
anciana madre ni sus hermanos creían en lo que ella y no se iban a arriesgar a
que su alma se fuera al infierno velándola con alguna práctica pagana.
Pero Adriana faltó al tercer novenario porque ella pasaba
por su propio proceso.
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