Estoy en algo así como un laboratorio, acostado en una
plancha. Ellos me rodean, hablan entre ellos en una lengua extraña. Son color
gris, tienen cabezas enormes y sus ojos ocupan la mayor parte de sus caras. Me
ponen en un antebrazo lo que yo entiendo como un chip de rastreo subcutáneo,
siento el dolor. Luego me meten un aparato por la garganta, el aparato es
metálico y es más grueso que mi garganta, lo introducen a la fuerza, siento
como me desgarra las cuerdas vocales, intento gritar de dolor, obviamente no
puedo. Aun sufriendo la tortura desvío la vista hacia una ventana cercana, veo
que hay un búho parado afuera de la ventana mirando hacia adentro, de hecho
parece que me está viendo a mí, directo a los ojos con una mirada profunda.
Entonces escucho el sonido intermitente de un vip, en ese momento desperté, el
sonido era el de mi despertador.
Al despertar involuntariamente me toqué el cuello, todo
estaba bien, yo estaba a salvo en mi cama, mi mujer dormida a mi lado, dormía
de lado dándome la espalda, es su costumbre. Apagué el despertador y terminé de
calmarme.
—Amor— Le dije a mi esposa para verificar que estaba
despierta.
— ¿Sí?—La forma en que lo dijo no probaba que estuviera despierta,
pero sí que podía escucharme.
—Tuve un sueño muy raro, me raptaban unos extraterrestres.
— ¿Una abducción?
—Sí, exactamente. ¿Crees que signifique algo?
—Puede que te hayan abducido de verdad. —Apenas pudo
decirlo, el sueño la vencía, era obvio que quería que la dejara de molestar.
—Te habrías dado cuenta.
Ya no se molestó en seguir la conversación, mejor procuró
volver a su descanso y a sus propios sueños. Me sorprendí examinando mi
antebrazo izquierdo— “¡Que tonto¡”—Me tuve que decir, claro que no tenía
ninguna marca, nada fuera de lo normal.
Me levanté de la cama, desayuné unas sobras de gelatina,
luego me cambié de ropa, y antes de irme al trabajo, le di un beso en la
mejilla a mi esposa, no se esforzó por devolverlo, ni siquiera por abrir los
ojos, solo sonrió naturalmente, la cosa más tierna y sincera, me pareció algo
bellísimo. De mis hijos no me despedí, no quería molestar.
Como mi trabajo no está lejos llegué caminando, soy
ejecutivo de un banco, un trabajo que no es pesado y yo disfruto.
Saludé a mis colegas, con la mayoría me llevo bien, nos
saludamos deseándonos un buen día, pero especialmente con mi amigo Diego. A
Diego lo conozco desde que estudiábamos secundaria en la misma escuela, en el
mismo grupo, desde entonces éramos buenos amigos, la vida nos separó y mucho
tiempo después nos volvió a juntar en el trabajo y volvimos a ser amigos.
El trabajo no estuvo ajetreado, atendí a algunas personas,
dando asesorías, explicaciones etc. Pero una clienta me pareció algo fuera de lo
normal. Una señora de la tercera edad.
—Pase por favor, tome asiento— Lo mismo que les digo a todos
los clientes sin variar mucho.
La señora se veía elegante, su ropa, incluso ese sombrero
floreado que en otra persona se vería exagerado, su cabello, su maquillaje, su
fisonomía, no solo lucía elegante, sino
que por si misma era la elegancia encarnada.
Sus modales no desencajaban con su apariencia. Me dijo que
su nombre era Erlynne y que quería abrir una cuenta, un detalle que aprecié
pues por lo general los clientes no se presentan, dicen su nombre hasta que hay
que llenar formatos. La señora Erlynne me hizo sentir que todos deberían
presentarse. La atendí tratando de poner mis modales a su altura, resultó ser
una señora agradable. Al final ella quedó complacida, tanto que me dio un
regalo.
—Caballero, le agradezco sus atenciones, no quedan muchas
personas con buenos modos de tratar a la gente, y he aquí que encuentro a un
joven atento demostrando que las nuevas generaciones no están completamente
podridas. Ahora, cuando dos personas con clase se encuentran por mera
casualidad en medio del torbellino caótico de inmundicia que es la sociedad en
general tal evento no ha de pasar inadvertido, acepte pues este obsequio en
conmemoración de dicho evento.
Puso sobre mi escritorio una caja que tenía con ella, si la
traía cargando seguro tenía planes para ella, planes que decidió destruir por
mi causa, esto hacía incómodo para mí aceptar el regalo, además de que sería
mal visto aceptar regalos de clientes, corría el riesgo de verme como cómplice
de un posible robo o fraude.
—Señora Erlynne, de verdad le agradezco, sé que es una
grosería no aceptar su regalo, pero comprenderá que por políticas no puedo
hacerlo.
—Señor R, no esperaba yo menos a que supiera usted que
rechazar un obsequio es una atroz ofensa, que quita clase tanto a quien se
atreve a rechazar como a quien acepta de
vuelta, más no lo culpo, esta sociedad dominada por las parias lo ha hecho
creer que las políticas y la habladuría de la gente están por encima de uno.
Pues ahora lo desengaño señor, uno que trae la realeza en la sangre o incluso
si solo la lleva en su personalidad, que vale, sepa usted, más que cualquier
otra cosa, uno está por ¡encima! De todo aquello, por
encima, y más usted que es joven, no diga que no puede, porque lo puede todo.
No pude replicar, ni me dio tiempo para hacerlo, enseguida
se levantó y se despidió tan extravagantemente como esperaba “Hasta luego
caballero, buenas tardes y muchos y muy buenos años tenga usted.” Al no
encontrar una manera apropiada de devolver la caja tuve que ceder y solo decir
“igualmente”
Mis compañeros fueron testigos de la extravagancia, casi
locura, de la señora. Diego y otra compañera abrieron la caja sin esperar mi consentimiento.
Era un juego de té completo.
—¡Esto es fino¡ —Exclamó Diego.
Como otros colegas compartieron la opinión de Diego me sentí
suertudo. Sin duda era una artesanía no poco costosa, pero no sentí culpa por
lo que pudo haber gastado la señora, después de todo el depósito con que abrió
su cuenta reflejaba que para ella era poco el gasto.
Cuando llegué a casa mi mujer estaba cocinando y mis hijos
sentados a la mesa. En cuanto me vieron se levantaron para recibirme.
Son dos niños de seis
y siete años, son buenos niños, muy tiernos, no me gusta perder el crédito
diciendo que así me tocaron, que así me los regaló Dios o el universo, no, si
son como son es, en gran parte, porque desde antes que nacieran me empeñé en
cuidarlos y educarlos mucho mejor que como mi padre lo hizo conmigo. Yo no iba
a pasarles los traumas, resentimientos y paradigmas que me pasó mi padre, que
le pasó su padre y así sucesivamente por quien sabe cuántas generaciones. No,
yo rechacé esa herencia y he luchado por quitármela de encima, y no dársela a
mis hijos.
—Hola amor, ¿quieres cenar?—Preguntó mi esposa mientras nos servía
sopa sin esperar una respuesta.
—Sí, gracias. —Respondí.
Puse la caja en una silla y me senté en otra.
—Me regalaron esto en el trabajo— Dije apuntando a la caja
con la vista.
Ella abrió la caja y empezó a sacar las piezas.
— ¿Qué te parece? Podríamos invitar a amigos a tomar el té.
Seria… Sofisticado.
—¿Tu padre no dirá que es de maricas?— Preguntó observando
una tasa que tenía en la mano en vez de verme a mí.
No respondí de inmediato, me extrañaba que hiciera esa pregunta,
esperé y la observé para ver si retiraba su extraña interrogante. Ella siguió
viendo atenta los detalles de la pieza, y no apuró la respuesta, ni retiró la
pregunta, ni cayó en cuenta en lo absurda que era, no dejándome más remedio que
responder.
— ¿Cómo podría? Está muerto. —Respondí.
Inmediatamente dejó de ver la tasa para mirarme.
—¡Oh! Es cierto—Dijo con una sonrisa burlándose de su propio
olvido.— ¡Qué tonta!
Esa noche de nuevo tuve sueños extraños.
En mi sueño estaba en un lago, un lago que visitaba con mis
amigos cuando éramos adolecentes, tengo muy buenos recuerdos de ese lago. Estábamos
mi amigo Diego y yo, sentados en una banca de frente al cuerpo de agua, el lago
estaba en su esplendor, como realmente lo llegué a ver, abundante en agua, el sol brillaba sobre él y
lo hacía brillar también.
—¡Qué hermoso! ¿No? Está en su punto más bello, más fuerte,
más lleno de vida, como Ángeles ¿te acuerdas?—Dijo Diego en mi sueño.
—¡Ah! Sí—Dije—Ella me gustaba.
—Pero la dejaste ir— Dijo el Diego onírico.
Cuando dijo eso vi a una mujer que no reconocí, una mujer
madura y atractiva, estaba de pie junto a nosotros, viendo el lago,
desapareció, no me llamó la atención que se esfumara, en los sueños nunca nos
llama la atención ese tipo de cosas.
De pronto Diego estaba ahogándose, estaba acostado boca
arriba, el agua apenas lo cubría, no se movía, se veía tranquilo.
—¡Diego, sal de ahí!—Grité, estaba asustado y angustiado.
—No éramos amigos.—Respondió claramente sin que estar
sumergido fuera un impedimento para ello.
—No digas eso, tú me agradabas, yo te quería.
—¡Mientes, te odio, por tu culpa estoy muerto.
Yo lloré y grité. De pronto paso a otro sueño.
En este sueño no se done estoy ni me importa, hay un anciano
que se aproxima a mí, un hombre viejo, pálido, con unas profundas ojeras,
calvo, barba blanca abundante pero recortada, un rostro severo, soberbio.
—¡Declárame! —Me ordena.
—¡Qué!—Digo desorientado, realmente no sabía a qué se
refería.
—¡Declárame!—Repite furioso, ya gritando.— Seis veintidós. ¡Declárame!
—No entiendo.
El viejo se enfada más y sigue repitiendo “Declárame”
, hasta que decide meterme la mano por la boca, todo su brazo entra en mí
garganta, es una tortura, intento gritar, no puedo, y despierto.
Mi amada está dormida junto a mí, yo la despierto para no
sentirme solo, ya que tengo tanto miedo que estoy a punto de llorar. Mi mujer
se da la vuelta y descubro que en vez de su cara está la de aquel anciano y me
vuelve a ordenar con un fuerte y largo grito “¡Declárame!”
Desperté, estaba a lado de mi esposa, verifiqué que fuera
ella y me sentí idiota por hacerlo, sí era ella realmente, me tranquilicé.
De camino al trabajo pensé en esos extraños sueños, para
intentar averiguar si significaban algo.
Ángeles, la chica que Diego mencionó en mi sueño, es una
muchacha que conocí realmente (cosa que Diego nunca hizo) en mi adolescencia.
Ella me gustaba y yo le gustaba un poco, aunque coqueteábamos un poco nunca me
atreví a intentar que fuéramos novios, en parte porque en ese tiempo yo era
algo inseguro, y además ella mostró más interés por un amigo. Me vi noble al
dejarles el camino libre lo sé, nadie me lo dijo directamente pero me lo insinuaron, mi amigo, Ángeles, sus
amigas, casi todo el que lo supo me
admiró por magnánimo, la verdad solo fui cobarde.
Después de todo su
relación no se desarrolló, y los tres vértices de nuestro triangulo amoroso
perdimos contacto. Supe que ella se casó, de él no he sabido nada, pero
quisiera, pues nunca nos tuvimos rencor.
Sobre lo que soñé de Diego; he escuchado que la muerte en un
sueño es buena señal. Y sobré el anciano no tengo idea.
Ese día el gerente habló con todos sus subalternos, para
decirnos que una nueva empleada se incorporaba a trabajar con nosotros. Margara,
la nueva cajera, se presentó.
Algo en ella me pareció conocido, al principio no supe qué,
luego me di cuenta; Era una mujer madura y atractiva, como la que vi en mi
sueño; alta, un abdomen que al parecer
perdió algunas tallas últimamente, piel bronceada, cara hermosa, cabello de
tamaño mediano bien cuidado. Durante el descanso tuve oportunidad de conocerla
—Hola, Margara ¿verdad?— Pregunté aunque estaba seguro de su
nombre, y si no el gafete me lo confirmaría.
—Sí. Hola, señor R. — Vio mi gafete, y luego me vio a los
ojos sonriendo.
—Dígame solo R. Señorita Margara, ¿se siente cómoda en este
trabajo? ¿Se quedará?
—Mejor dígame solo Margara. —Rió— Apenas llevo medio día
pero creo que aquí hay compañerismo, eso me gusta. Además prefiero cualquier
cosa que seguir peleando con mi ex marido por el treinta por ciento de la
miseria que gana.
— ¿Es de esos tipos que hay que estar arriando?— Aparenté
que no me extrañaba su divorcio, como si fuera una cosa común, más común de lo
que sí es, más que nada quise identificarme con ella en vez de juzgar su
matrimonio fracasado.
Ella se rió y yo también, conseguí su confianza. A las
divorciadas les gusta reírse de sus ex esposos, supongo que es una buena forma
de acabar con los resentimientos.
—Sí, el siempre fue de esos. Yo no le pido, pedía, por mí,
le pedía por mis hijos, pero él no quería responsabilizarse, tuve que
demandarlo, si no, no daba nada. Ahora que trabajo ya no va estar obligado,
pero prefiero que sea así, ya no quiero tener nada que ver con él.
Después de eso la conversación se hizo más fluida. Terminó
diciéndome todo lo que salió mal en su matrimonio.
–Nos casamos muy jóvenes, al principio todo era amor, pero
luego se acabó, y ya no nos llevábamos bien.
Como que cada quien por su lado. —Intentó buscar las mejores palabras.—Llegó
un momento en el que él tenía una amante y yo también tenía a alguien, o sea
los dos nos engañábamos.—Yo subí mis cejas sin querer. Ella continuó. — Cuando
supe que me engañaba le dije “nosotros ya no somos nada”, y de ahí todo fue peor;
me maltrataba, llegó a golpearme—Se le humedecieron los ojos— Me da vergüenza
admitirlo.
Yo hice una mueca de indignación que procuré exagerar y
lancé un refunfuño en el que se oyó solo la palabra “que…” La palabra que
seguía la logré omitir, pero podía adivinarse “bastardo”, ese tipo de cosas de
verdad me indignan.
–Sí, le puse una denuncia. —Continuó ella. Entendió, lo que
no dijo mi boca lo dijo mi expresión facial.
—¡Que sujeto!.. –Hice una pausa para cerrar con la
indignación y cambiar de tema.—Margara, se que a las mujeres les afecta mucho
que las engañen, incluso algunas se vuelven… Pues, locas, quedan devastadas,
¿Usted se sintió así?— Quien es excelente conversador de vez en cuando dice
algo incómodo, algo con lo que el interlocutor podría estar en desacuerdo.
—Sí, es verdad. A las mujeres nos afecta más que a los
hombres, porque las mujeres somos más posesivas, los hombres no son tanto. Si
yo no hubiera tenido a alguien más, me hubiera afectado más, si me afectó,
mucho, pero no tanto porque ya tenía a esa
persona.
“A una hermana mía le pasó lo mismo. Yo le decía ponle el cuerno cuando tengas oportunidad,
así no vas a sentir tanto cuando él te engañe, no me hizo caso y le pasó,
la engañó, quedó devastada, le está costando mucho superarlo”
—¿Así que hay que poner el cuerno a la primera oportunidad?—
Dije entre afirmando y preguntando.
—Pues es lo mejor, así no te lastiman, le aconsejo esto a
todas las casadas, y a los casados también. ¿Usted es casado?
—Sí.
Al parecer la conversación se iba a poner realmente
interesante, pero se acabó el descanso, “me salvó la campana”
Volvimos a las labores.
Mientras trabajaba,
de pronto, sin ninguna razón, me puse nervioso. Le estaba explicando a un
hombre sobre un préstamo que quería, se volvió difícil, me esforzaba por que el
hombre no notara mi nerviosismo que se iba transformando en miedo. Algo en mi
escritorio me llamó la atención, tan solo un documento, una hoja de papel, un
formato que estaba encima en una pila de formatos iguales, iguales pero no
idénticos porqué estaban foliados, el que estaba visible y llamaba mi atención
era el número 622.
Cuando lo vi directamente y lo leí enmudecí, me pausé.
Después de respirar fuerte y hacer un esfuerzo continué, con una sonrisa tan
falsa que debió parecer más parálisis facial. Luego escuché una vos, la vos del
anciano de mi sueño, diciendo lo mismo “declárame”.
Apenas pude acabar de atender al tipo que ya mostraba estar
algo preocupado por mí. Fui al baño, me lavé la cara, intenté calmarme, no lo
logré. Seguía escuchando la misma vos que decía lo mismo.
Tenía que salir de ahí antes de que todos me creyeran loco.
Le pregunté a un compañero donde estaba Diego, no se para que, mi compañero
contestó pero no pude escucharlo porque la vos habló al mismo tiempo esta vez
dijo “está muerto, Diego está muerto” y reía “tú sabes por qué.”
–¡Qué!— Volví a preguntar.
—Que está atrás con el gerente. ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien.
Necesitaba salir de ahí, necesitaba ayuda. Decidí pedirle al
gerente que me dejara salir.Fui a la oficina del gerente, allí estaba Diego.
—Martínez
—Sí R, dime— Interrumpió la conversación con Diego. La
actitud de ambos me hizo pensar que hablaban del no tan buen desempeño de
Diego, yo lo hubiera defendido de no ser por mi delirante estado.
—Necesito salir un rato, me siento mal.—No necesité mucha
actuación, me veía mal.
—¿Estás bien amigo?—Preguntó Diego.
—Es un dolor estomacal, iré con un doctor para que me de
algo, me lo tomaré y volveré, no es tan grave.
—Ves Diego, es lo que te decía, esa pasión por el trabajo—Se
dirigió a Diego luego a mí—Sí, ve tómate el tiempo que necesites, si quieres
que te lleve dime.
—No, no iré a emergencias, solo buscaré una farmacia.
— ¿Y para que tienes seguro medico? Bueno como quieras.
Salí del banco intentando verme cuerdo. Busqué una farmacia,
encontré una que tenía un anuncio diciendo “consultorio médico y psicológico”,
“lo que necesito” pensé.
No había gente, así que entre al consultorio. El doctor era
algo gordo, me miró desde su escritorio y notó mi locura.
— ¿En qué le puedo ayudar?— Con la vista me invitó a tomar
asiento.
—Estoy teniendo sueños muy raros, y estoy oyendo voces,
Doctor. —Me senté frente a él.
—Dígame qué sueña.
Le conté de mis sueños extraños y de mis alucinaciones.
Cuando terminé el doctor se quedó reflexionando unos momentos.
—Bueno, como sueña que le lastiman la garganta es posible
que tenga una infección, déjeme revisar.—Sacó un palito de madera y una
lámpara, abrí la boca y me revisó.— ¡Ahá! Sí, tiene una pequeña infección, le
daré antibiótico.
“En cuanto a sus sueños y alucinaciones, le quieren decir
algo, tienen un significado, pero hay que saber interpretarlo. La próxima vez
intente ver los detalles, porqué en un sueño los detalles son lo importante y
no lo que parece importante, lo opuesto a la vigilia.”
Me dio mi receta “antibiótico y calmantes”, como seguía
nervioso tome la primera dosis ahí mismo.
Me tranquilicé un poco Cuando salí a la calle ya no quería
volver al banco, no quería arriesgarme a tener otra crisis frente a todos,
preferí ir a casa.
–¿Por qué tan temprano?— Preguntó mi mujer.
—Me sentí algo mal, así que pedí permiso. Amor, ¿me haces un
té?
—Sí, estrenaremos el juego de té—Dijo, y sacó la tetera, dos
tasas, dos cucharas y dos pequeños platos. Luego se dirigió a la alacena para
buscar sobres de té.—¿Quieres alcachofa, limón hierbabuena..?
—No sé, algo para calmar los nervios.
—Ya sé, asplenium ruta
muralis.
—OK.—Acepté sin
saber que planta era.
Ella preparó el té, la asplenium ruta
muralis no estaba en sobres así que la tubo que coser tradicionalmente. Le
quedó muy bueno.
Estuvimos bebiendo el té, conversamos poco, disfrutamos de
nuestra mutua compañía, en una ocasión nos quedamos viéndonos largamente en un
silencio cómodo, yo noté que ella tiene un sutil parecido con mi pasada amiga
Ángeles, me sorprendió no haberlo notado antes, pues a pesar de ser un muy
pequeño parecido, es mucha coincidencia si tomamos en cuenta que mi señora se
llama Angélica.
Los niños llegaron, se pusieron contentos de que yo
estuviera ahí.
La vos no volvió, pero por un momento, me pareció ver que la
tasa que tenía en la mano era de plástico en vez de porcelana, como un juguete
barato, como no se repitió no le di importancia.
Me fui a dormir temprano.
Lo que soñé esa noche fue esto:
Estaba en la secundaría, en el patio de la escuela con unos
compañeros, gente que en realidad conocí en la universidad, excepto Diego, que
está presente también. Yo soy espectador de esta escena, puedo verme a mí mismo
con mis compañeros, pero solo verme porqué el yo de mi sueño era independiente
a mí, y era una versión más joven de mí, justamente como era cuando estudiaba
la secundaría.
En esta escena el yo-joven y mis compañeros están molestando
a Diego, hacen un círculo, le quitan sus libros, se burlan de él, arrojan los
libros al piso y cuando diego se acerca a recogerlos lo golpean en la cabeza,
no golpes fuertes, pero sí muy indignantes. Logran que su víctima llore.
Me parece algo terrible, me horroriza la crueldad de esos y
esas jóvenes, pero sin embargo se nota que el yo-joven es quien lidera a ese
puñado de inmaduros y despiadados sin autoestima ni seguridad, que creen que
entre más crueles son más engruesan la delgada línea que separa ser la víctima
de ser el agresor.
Cuando ven llorar a
Diego un espasmo de duda se refleja en los rostros de casi todos los
victimarios, intentan disimularlo, sus capacidades de crueldad han llegado al
límite, excepto la de yo-joven. El yo de mi sueño ve a diego llorar y con una sonrisa
enorme desoja el libro que tiene en sus manos y arroja las hojas a la cara del
sometido. La empatía se encaja en los corazones de los otros, pero tiene que
resistir la ponzoña; con una sonrisa exagerada, forzada, como si estuviera
clavada en sus caras cubriendo un llanto. Lo mejor que se pueden permitir hacer
por el desgraciado es arrojar sus libros al piso y alejarse, ni una dádiva más,
la más mínima muestra de piedad podría poner a cualquiera en el nivel de la
víctima y por lo tanto en su rol.
Al ver eso ciento culpa y odio por el yo de mi sueño, odio
por mí mismo. El joven humillado levanta sus libros excepto el desojado y se va
llorando de odio, yo- espectador lo sigo.
—¡Diego! Perdóname— Siento
la culpa como si fuera mía. Él no escucha, corre y yo voy tras él. De pronto
estamos en una casa que entiendo es su domicilio.—Diego, perdón.—Repito, esta
vez me escucha.
—Te odio, te odio, ¡Por tu culpa estoy muerto!—Me grita.
Enseguida corre a su cuarto y se mete a su cama. Ya no intento hablarle pues
entiendo que ha muerto.
De pronto estoy en el funeral, Margara está ahí también, se
me acerca para hablarme
—Tú te enamoraste, yo no tengo la culpa de eso, mi amor.—Me
dice.
—Yo ya no quiero ser tu amigo, quiero ser tu todo o nada— Le
respondo.
—No seremos pues nada, mi amor, me olvidarás. Pero anda, ve,
tienes que declarar a tu amigo.
Camino hacia el ataúd, dejo atrás a Margara, como si dejara
de estar ahí. Me asomo a ver el cadáver. Tiene la cara del anciano del sueño de
la noche anterior, pero no me asusta, ni siquiera me extraña.
—Hazme un favor.—Dice el difunto desde su ataúd. Tampoco me
extraña, el hablar no lo hacía estar menos muerto.
—Sí, lo que quieras amigo.
—¡No soy tu amigo!—Gritó
furioso, luego de una pausa continuó hablando—Declarame—Ya en voz baja pero
llena de odio.
—No, eso no amigo.
—Hazlo, me lo debes, seis veintidós, dilo—Dijo entre
sollozos.
Durante un instante no pude responder, pero luego me decidí.
—Lo haré—Le dije bien decidido. Pero antes de que pudiera
hacer algo, la madre de Diego me expulsó de ahí, alegando que fue mi culpa que
él muriera.
Entonces paso a otro sueño, en ese este estoy en la calle y
puedo verme conduciendo un pequeño auto rojo, voy distraído, como preocupado o
triste, no puedo saberlo porque nuevamente solo puedo ver mi imagen como si
fuera alguien más. El yo de mi sueño se pasa un alto en un cruce de dos
bulevares, otro auto impacta a alta velocidad con el pequeño auto en el que el
yo-onírico va a bordo, en el que, de alguna manera, yo voy a bordo. Todo se
hace blancura y despierto de un salto.
Después del susto del último sueño, en cuanto bajó la
adrenalina, me regresaron los sentimientos de culpa de los primeros, tanto que
tuve que llorar. Por suerte mi esposa, Ángeles, no estaba ahí para presenciar
mi llanto, se había levantado y preparaba el desayuno.
Salí para ir al trabajo, pero en cuanto salí a ese nublado y
húmedo día tuve una extraña sensación. Una sensación de que nada importaba,
como un cambio total de perspectiva, como si todo perdiera significado. Todas
las cosas de la realidad seguían ahí: Los árboles, las nubes, el cielo, los
edificios, los autos, el suelo, la gente, pero ya no tenían sentido, todo era
lo mismo: Simple materia, e importaba poco, yo mismo importaba poco. Como si
todos los nexos que forman la sociedad desparecieran dejando solo los nodos,
sueltos y caóticos.
Por eso aunque el banco seguía a pocas calles de ahí, no
sentí que debía ir. Me quedé parado un rato a una cuadra de mi hogar,
intentando convencerme de que ir al trabajo es importante, pero no pude y como
tampoco me convencí de volver, decidí caminar sin rumbo, solo pasear por la
ciudad.
Mientras caminaba aproveché para reflexionar sobre mi sueño,
intentaba recordar los detalles y sacarle algún sentido. ¿Por qué en mi sueño
molestaba a Diego que siempre ha sido mi amigo? ¿Por qué se muere? ¿Por qué empalmé la cara
del anciano en la de Diego? ¡El anciano¡ ¿Quién es? No recuerdo haberlo
conocido nunca—Mientras pensaba en eso me iba poniendo nervioso—¿Por qué me pide
que “lo declare”? Que lo declare muerto, seguro se refiere a eso.
Como caminaba distraído por esos pensamientos, choqué con
una señora que caminaba hacia el otro lado. Cuando volteé a disculparme, la
mujer tenía la cara de aquel anciano, y me pedía lo mismo de siempre
“declárame”. La señora siguió su camino, la alucinación se fue, pero el miedo
se quedó conmigo.
Intenté calmarme
observando el paisaje, el camino que recorría estaba arbolado a las orillas, vi
cómo se movían las hojas, un espectáculo natural que tiene su belleza
particular. Pero no lo pude disfrutar plenamente, porqué me llamó la atención
que no había viento, pensé que el movimiento de las hojas podía ser otra
alucinación mía, a nadie más le extrañaba, tal vez nadie más lo veía, pero
preferí pensar que era una corriente que solo pasó por arriba, solo tocando las
copas de los árboles.
Seguí caminando. Noté que la luz se hacía más intensa o
quizá mis ojos se hacían más sensibles. Me asomé hacia el interior de una
cafetería que estaba en mi camino, quería entrar solo para ocultarme de la luz
natural que comenzaba a lastimarme los ojos. En una mesa, en medio del local,
alineada a la entrada donde yo estaba parado, un hombre discutía con otras tres
personas, al parecer él estaba muy ofendido por causa de los otros, yo llegué a
tiempo para presenciar el clímax y desenlace del pleito, cuando el ofendido
hombre les gritaba a los de su mesa, no se reservó su ira, no le importaba la
atención que atraía. Yo quedé en shock, pues el furioso era yo mismo.
—¡No, ustedes no son
mis amigos!—Gritó el hombre con mi rostro, al mismo tiempo que se levantaba
violentamente. Hubo un silencio, los otros no se atrevían a contestar ni a
mirarlo a los ojos—Ustedes son una bola de hipócritas— Terminó su frase a modo
de amarga despedida pues salió de ahí inmediatamente después de decirlo.
Cuando pasó a mi lado al salir ya no tenía mi cara ya era
otra persona. Todos en la cafetería se quedaron algo perturbados por el
desplante de aquel hombre o al menos tuvieron un nuevo tema de conversación. Yo
por un momento pensé que si les preguntaba a los dos hombres y a la mujer con
los que discutía aquel podría obtener respuestas sobre mis sueños y
alucinaciones, lo descarté, “ese sujeto no soy yo, tan solo mi mente le puso mi
cara sobre la suya”, pensé, “solo es un hombre con sus propios problemas”.
Después de eso ya no quise entrar a la cafetería, el
ambiente había quedado tenso, en especial para la mesa de en medio que no
decían ni una palabra, apenas se atrevían a verse a los ojos entre ellos, tal
vez se arrepentían por lo que sea que le hayan hecho a aquel tipo. Así que
seguí caminando, más nervioso que antes
El cielo se despejó un poco, todo se iluminó más y por lo
tanto me molestaba más en los ojos, la resolana era suficiente para lastimarme.
Poco a poco el miedo se intensificaba y noté que la voz volvía, la voz del
anciano diciendo lo mismo de siempre “Declárame” una y otra vez. Decidí que
debía ir con el doctor, me encaminé a su consultorio, sin querer aceleraba como
si así pudiera huir de mi locura. De pronto saltaban a mi mente imágenes,
escenas extrañas, recuerdos falsos, escenas como: Yo golpeando a mi amigo Diego
y burlándome de él, yo fornicando con Margara, mi padre azotándome con un
cinturón.
Entré a una iglesia
en busca de consuelo, creí que en la iglesia podía tranquilizar mi locura. Así
fue, en cuanto entré la voz calló y dejé de ver las escenas, en el templo había
silencio y tranquilidad. El padre estaba en el confesionario, creí que podía
ayudarme, aún tenía planeado ir con el doctor pero si ese padre católico podía
darme algo de ayuda, al menos la tranquilidad suficiente como para poder
caminar hasta el consultorio del doctor sin demostrar tanta locura que cause
lástima, entonces aceptaría su ayuda a pesar de que no soy católico.
En cuanto entré al confesionario el padre abrió la
conversación.
—Dime tus pecados hijo.
No supe que contestar, yo no estaba ahí para confesar mis
pecados.
—Tus pecados hijo, confía.—Insistió el padre, a quien apenas
podía ver a través de una rejilla de
madera.
—Estoy volviéndome loco—Contesté algo inseguro.
—Bueno, eso no es un pecado, pero probablemente sea una
penitencia, un castigo por tus acciones, tus pecados. ¿Por qué crees que estas
siendo castigado?
No lo había visto de ese modo, así que la pregunta me tomó
por sorpresa tuve que hacer un esfuerzo para comenzar a ver lo que me estaba
pasando como un castigo.
—No sé—Nada se me vino a la mente.
—¿No tienes pecados?—Preguntó. Una pregunta complicada para
alguien alejado de todo dogma católico, de por medio esta la flexible
definición de “pecado”.
—ah, tal vez… Sí, sí—Titubeé.
—Murió por tu culpa—Tenía que ser otra alucinación, pero lo
dudé porque era la voz del padre.
—¿Cómo dijo?—Quise asegurarme de que no lo dijo.
—Sí, si quieres que Dios te perdone tienes que aceptar tus
pecados, hacer penitencia y perdonarte a ti mismo, que es lo más importante.
Reflexioné las palabras del padre, “tal vez tiene razón”
pensé “tal vez estoy perdiendo la cordura por causa de algo malo que hice, pero
no sé qué cosa, qué pecado”.
En ese momento el coro empezó a cantar y el órgano a sonar,
ya no pude quedarme a reflexionar y conversar con el padre, porque tuve la
necesidad de salir a ver al coro que cantaba maravillosamente, y dejar mis
pensamientos y mí locura a un lado para concentrarme en disfrutar de la música.
Reconocí la pieza de inmediato, era O Fortuna de Carl Orff.
“O Fortuna.
Velut luna.
Statu variabilis.”
Agradecí al padre sus consejos y salí del confesionario,
descubrí que no había coro, la música solo estaba en mi cabeza. Enseguida las
alucinaciones volvieron, escenas como las que ya había visto pasaron por mi
mente, y el coro imaginario seguía cantando. Salí corriendo del templo, ya no
pensaba llegar con el doctor, ya no pensaba, solo huía inútilmente de mi propia
locura.
En una de esas escenas vi como unos amigos se convertían en
serpientes.
“Semper cresis.”
En otra vi a mi padre gritándome.
“Aut decresis.”
Yo golpeando a Diego en la cara, y pateándolo en el
estómago.
“Vita detestabilis”
Entre otras escenas vuelve a aparecer Margara, a veces
sonriendo, a veces llorando.
La luz se sigue intensificando. Yo sigo corriendo, huyendo
de mis alucinaciones hasta que llego a una esquina, un cruce entre dos
bulevares que me causa una extraña sensación, es la misma esquina con la que
soñé, la mima donde, en mi sueño, me accidenté.—Por Dios, esto no puede
ser—Digo en voz alta al ver aterrado el mismo auto rojo con el mismo conductor
que en mi sueño “Yo mismo.” Se lo que va suceder, no puedo evitarlo, el auto
rojo se aproxima más al cruce, el semáforo se pone en rojo, y finalmente
sucede; el auto rojo que yo conduzco es golpeado con mucha fuerza por un auto
más grande.
La luz se hace tan intensa que me ciega. Pero con esa
ceguera viene la verdad a mí, todo lo comprendo por fin, y entiendo lo errado
que estaba, se podría comparar con una revelación divina. Entiendo las
alucinaciones, claro no son falsos recuerdos, son cosas que sí pasaron, entiendo
mis sueños. Ya lo recuerdo, Diego está muerto, murió antes de terminar la
secundaria debido a una congestión, estaba comiendo mucho, algunos ligaron eso
con la depresión que sufría y esto a la
vez con el hecho de que yo lo molestaba cruelmente en la escuela, y claro que
tienen razón al hacer esa relación y culparme. En realidad no tengo hijos, ni
esposa; no puedo mantener una buena relación amorosa con nadie, ni tampoco una
amistad duradera. A los últimos amigos que tuve los hice a un lado por pasar
tiempo con otros que resultaron no serlo y por ambiciones vacías. A Margara la
amaba pero cuando tuve el valor de decírselo no fui correspondido. Tal es mi
desgracia, de hecho ahora mismo estoy en una cama de un hospital, delicado, una
maquina me ayuda a respirar. Es duro despertar a la realidad.
“¡Mecum omnes planguite!
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